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lunes, 12 de diciembre de 2016

¿De verdad hemos evolucionado?

      El mundo cambia, es cierto; ahora somos unos pocos millones más de personas que hace dos mil años, pero ¿ha cambiado algo o seguimos siendo esos niños caprichosos de la historia de la Tierra que se vieron de repente dueños de un planeta que podían dominar a su antojo sometiendo a todo ser viviente que tuviera un cociente intelectual inferior al de un homínido un poco más listo de lo habitual?
    La respuesta parece clara, «por supuesto que hemos evolucionado; viajamos a la Luna, descubrimos el átomo, la máquina de vapor, los coches, ¿¡cómo no vamos a haber evolucionado si incluso nos hemos convertido en dueños del aire?!». Sí, es cierto,sería inútil negar todos esos avances tecnológicos y científicos pero, ¿qué hay de nosotros, los humanos? ¿Ha cambiado algo dentro de nosotros o seguimos siendo esos primitivos homínidos sobre los que todavía actuaba la Selección Natural? En un mundo que tiende a la globalización y a un estilo de vida cada vez más igualitario tiene sentido que ya no sobreviva el más fuerte, sino que nos ayudemos entre todos para sobrevivir (me atrevería incluso a utilizar la palabra «vivir»). Pero esto no es así. 
      Basta echar un vistazo a las noticias para darse cuenta de que la humanidad es el perfecto ejemplo de especie sobre la que actúa la Selección Natural (o no tan natural). El más fuerte siempre se aprovecha de aquel que sufre, consciente o sin saberlo, en su propio beneficio, y, si desde su sofá o su salón en una ciudad tranquila de la periferia aparece una noticia «desagradable porque se está comiendo», no se duda en cambiar de canal. Y es que no vaya a ser que se despierte en nosotros el loco pensamiento de que en otra parte del mundo hay alguien huyendo de la guerra o sin tres comidas diarias como mínimo. Es lo mejor para que se mantenga la economía, ¿verdad? Es mejor crear un sistema de intercambio de metales que dar pan al que no tiene nada para que, simplemente, no se muera de hambre. 
      En épocas antiguas había esclavos, personas que no hacían otra cosa que sustentar el sistema a costa de sus vidas. Sin ellos, los imperios de hundían. Hoy día parece una idea descabellada pensar que el mismo sistema sostenga a la sociedad actual. Pero pensemos un momento: para que unos pocos países mantengan su nivel de vida, sus caprichos diarios, sus viajes, sus móviles de última generación y su ropa de marca, hay una inmensa cantidad de países (sobre todo en el otro hemisferio del mundo) que sustentan el sistema con sus bajos salarios, sus regímenes autoritarios y el poder de las grandes multinacionales. ¿No es eso una nueva forma de esclavitud encubierta? ¿No deja de ser aprovecharse del débil que únicamente se encuentra en esa posición por la herencia que dejaron sus antepasados? No podemos olvidar que fuimos los países que ahora usamos zapatillas «victoria» aquellos que les llevamos al lugar en el que se encuentran ahora y los que, a finales de 2016 nos sentimos conformes diciendo que, al deslocalizar las empresas en estos lugares, les hacemos un favor. ¿No sería más justo que si tendemos a la globalización lo apliquemos también a los salarios? ¿O es que es un concepto que solo se aplica a la mitad norte del globo terráqueo? 
      ¿Es que hemos evolucionado tanto? Ponemos el dinero por encima de las personas cuando tendría que ser al revés. Es absurdo si se analiza en frío que una persona que dedica días a producir una cosecha no pruebe bocado porque se exporta a países que tienen habitantes con suficientes papeles pintados para pagarlos, ¿es eso justo? ¿Tiene sentido? El valor no está en las cosas; el precio lo ponemos nosotros. El único problema es que ya no somos capaces de distingur lo que tiene sentido apreciar y lo que no. Son tantos los avances tecnológicos y las invasiones publicitarias que hemos perdido el norte.
      Tener ideas propias e iniciativa para cambiar aquello que no nos gusta requiere tiempo y dentro de dos horas tenemos que estar en el cine para ver la última película de nuestra saga favorita o estamos jugando con la play 4 al juego que compramos hace un par de días. Y puede que aquel anuncio de las noticias nos deje espacio para reflexionar sobre ese niño que murió al intentar cruzar el océano o que ha perdido a su familia. Entonces pueden ocurrir dos cosas: que apuntemos ese nuevo móvil que sale en la publicidad para nuestra lista de navidad o que pensemos que quizá, detrás de ese artilugio de última tecnología, esté la mano de un niño africano sacando coltán de las minas en  lugar de ir al colegio y gastar el tiempo en jugar en lugar de favorecer la economía. Las dos caras de la moneda, y nunca mejor dicho.
      Entonces, me pregunto si es cierto que hemos evolucionado tanto como creemos o lo único que hemos hecho es generar armas cada vez más potentes que obnubilan nuestros sentimientos y aletargan nuestra humanidad y pensamientos hasta el punto de volvernos insensibles al sufrimiento ajeno. ¿Hemos cambiado mucho? ¿De qué nos han servido la historia si no es para aprender de ella? ¿No sería más útil evolucinar como especie y como personas, en lugar de mecanizar nuestro corazón?
¿O es que tenemos miedo de que esta nueva forma de caminar hacia el futuro termine sustituyendo a ese trozo de metal que tintinea en los bolsillos y nos hace sentir fuertes frente al débil? ¿No sería mejor fortalecerle que golpearle para que se vuelva más frágil?


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