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domingo, 14 de febrero de 2016

El pequeño Jack

       La muerte estaba nerviosa, su perro se moría, estaba hambriento, y ella lo había criado desde que una despiadada mujer griega lo había abandonado por tener tres cabezas. Ella era su responsable ahora, sabía que necesitaba comer, por su condición de mortal y para mantener su cuerpo. Lo sacaría a pasear cada noche, hasta que se hubiera recuperado. Cinco víctimas le bastarían para no morir de inanición, solo cinco...
      Corría el año 1888, un niño que no pasaría de los siete años se paseaba por las calles de Londres cogido de la mano de otro más pequeño, Jack. No tenían prisa en regresar a casa pero caminaban deprisa para pasar lo más rápido posible por un callejón oscuro, que había a dos manzanas de su casa, antes de que se hiciera de noche.
      Según la leyenda, cuando una persona se adentraba en él al caer la noche, a la mañana siguiente no aparecía ni tan siquiera su cadáver. Unos decían que en aquella casa se ocultaba la guarida de un asesino con sed de sangre que devoraba los cuerpos de sus víctimas; otros, los más fantasiosos, creían que, al anochecer,  en aquel callejón se abría la puerta del infierno que las víctimas estaban obligadas a cruzar.
      Nadie habría imaginado lo que  escondía y tampoco nadie que lo hubiese visto vivía para contarlo. Los dos niños que se adentraron el él pasadas las ocho, no correrían una suerte distinta. No había luz, un frío helador les entumeció el cuerpo. Jack se encogió sobre sí, temblando. Su compañero, al escuchar unos ruidos tras él, echó a correr y atravesó el resto de la callejuela sin darle tiempo a Jack de seguirle.
      Una sombra con andares de mujer se había impuesto entre el niño y su camino a la libertad. No tenía escapatoria. Estaba muerto y comprendió por qué nadie había conseguido escapar vivo de allí. Era la muerte la que aparecía, poseyendo los cuerpos de los incautos como él tan solo mirándoles a los ojos.
      Los ojos de Jack perdieron el brillo y cayó, muerto, en las desiguales piedras del suelo. La muerte salió del cuerpo de mujer y entró en el suyo, pero para Jack no significó nada, y nunca sabría los muchos delitos de los que le acusaría la eternidad desde ese momento. El niño se puso en pie, con una postura desgarbada y distinta a la que había tenido hasta entonces. Estaba muerto y el que la muerte se hubiese acopiado su cuerpo no cambiaba ese hecho.
      Jack salió del callejón, y se paseó durante aquella noche buscando almas que arrancar de la Tierra. La primera de ellas fue una mujer alta que había sola a la puerta de un burdel. La chica cayó al suelo en el mismo instante en que el niño, por el que antes había sentido lástima, la miraba a los ojos. Una vez en el suelo, la muerte se alejó, y un gran perro, que en otros tiempos había guardado la puerta al inframundo, la despedazó de tal manera que los restos de la mujer siguieron apareciendo varias semanas después.
      Jack siguió caminando, ajeno a los crímenes que acababa de cometer, y las otras tres mujeres cuyos restos, al igual que los de la primera, jamás pudieron volver a recomponer el cadáver. La muerte estaba casi satisfecha, solo necesitaba una vida más. Y por la calle se le cruzó entonces una quinta dama, su última víctima, la que haría que su querido can no muriera. 
      La señora vio llegar al niño, quieta, y, cuando estuvo lo suficientemente cerca, se lanzó sobre su hijo.
      —¡Jack!
       La muerte no identificó tal nombre y trató de matarla, sin éxito. Su temible mascota llegó entonces y se lanzó al cuello de la mujer, cuyas últimas palabras fueron:
      —¡Jack, ayúdame! ¡El destripado...r!
      La mitad de la calle salió en su ayuda y escuchó los últimos alaridos. La muerte abandonó el cuerpo sin vida de Jack y regresó a su callejón, satisfecha de su trabajo. Cuando llegó la policía, encontraron los cuerpos de las cinco mujeres destrozados, y el de un niño intacto, a quien nadie se le ocurrió acusar como el famoso Jack, el Destripador. Y así nació la leyenda que, por muchos adelantos que haya ahora, nadie descubrirá sin morir, porque la muerte no tiene identidad y tan rápido como aparece para conseguir sus intereses, se marcha.
     
Espero que os haya gustado.
Nos vemos en la próxima entrada.

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